Inicia su carrera plástica en su ciudad natal (A Coruña) en los años ochenta tras estudiar dibujo y pintura en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Su primera exposición individual la realiza en 1987, bajo el patrocinio de la Xunta de Galicia en la Casa da Parra de Santiago de Compostela. Al año siguiente expondrá en la Galería Trinta y en 1989 en la Galería Abel Lepina de Vigo. Posteriormente, participará en importantes exposiciones colectivas institucionales como Una década de pintura gallega, en 1990, o Trazos y Camiños, en 1993.
Se trata de una pintora con una clara tendencia al expresionismo y deudora de la transvanguardia italiana y del neoexpresionismo alemán que tan en boga estuvieron en el ambiente artístico gallego y español en los primeros años de la década de los ochenta. Tratará luego de encontrar un lenguaje propio, con una marcada síntesis formal en la que la reducción del color, la investigación matérica, la prioridad del signo y la apertura hacia posiciones objetuales son los protagonistas.
No hay discurso narrativo; la fuerte seriación de sus propuestas y una preferencia por la ausencia de discursos simbólicos codificados son características de sus obras. Cuando los signos aparecen, se muestran reducidos de escala con la intención de convertirlos en iconos erráticos en amplios territorios matéricos. Hay también en su obra una radical esquematización de sus contornos que le aportan un cierto carácter arqueológico.
En el conjunto de su obra se intuye un intenso componente esteticista que en la mayoría de los casos confiere a sus cuadros una enorme valoración decorativista. Los lienzos de la pintora son clásicos en el sentido armónico de la composición, y de ese equilibrio surge la chispa que comunica directamente con un espectador que se deja llevar por las sensaciones perceptivas y táctiles.